jueves, mayo 26, 2005

 

De vuelta en el Tec


25-05-2005. Hoy, después de no sé cuántos años, volví al Tec. Sabiendo hacia dónde iba, la sensación que me invadió cuando entré a Cartago no la puedo precisar. Fue una mezcla entre emoción, alegría y nostalgia. Esta ciudad fue mi hogar durante dos años y medio de mi vida. Veintiocho meses que se ubican entre los Top100 de mi existencia.
Recorrí las calles conduciendo, orientándome hacia mi destino con miedo de perderme por la ausencia prolongada, pero mi carro se comportó como un caballo viejo que, por saber el camino a casa, no necesita dirección.
Las calles previas a la entrada del Tec las encontré súper pobladas, pues en aquellos tiempos todo era lotes baldíos llenos de montazal y alcantarillas destapadas. En una de esas últimas, por cierto, quedó medio metido un compañero del C.C.C. (cuya identidad me reservo por razones obvias) por un desliz de concentración en el camino de regreso de un baile en el Tec. Lo siento pero no pude evitar reírme al pasar por ahí, recordando el incidente.
El Tec es básicamente el mismo. Los mismos edificios (uno que otro nuevo). La misma soda. El mismo Toño con su carrito lleno de golosinas, unos panes deliciosos (a pesar de que llegué tarde, cuando los de canela ya se habían acabado, me comí uno de queso que estaba riquísimo) y una excelente memoria pues (aunque yo no lo podía creer) se acordó de mí. Lo único que hallé diferente fue la ubicación de algunas de las escuelas.
Como llegué temprano para mi clase (que empezaba a las 4pm) me apuré a preguntar por el CCC para ir a ver a Don Juan Meneses y cumplir con una tarea que se me asignó en la reunión pasada. Me dijeron que tenía que ir hasta el último edificio, del lado del parqueo. Entonces empecé a caminar hacia “Caballo Blanco”. De ida me topé a un grupo de pollillos vestidos de celeste y azul, ostentando el escudete del CCC en la bolsa de la camisa. -¡Chicos!- les dije -¿dónde encuentro a Meneses?
-Siga hasta abajo- me contestó uno de ellos.
-¡Gracias!- le contesté con una sonrisa, mientras veía en sus caras las caras de mis compañeros y la mía propia, hace dieciséis años.
Caminando, aspiraba profundo ese aire rico y frío de la vieja metrópoli, aunque con un poco de prisa pues tenía que desandar el camino para llegar a tiempo a mi lección. Caminé más de la cuenta (por no preguntar) y me tuve que devolver. Encontré la oficina del director, pero no a él. Su secretaria me dijo que, por lo general, los miércoles siempre está por ahí pero que éste lo había tenido muy ocupado. Mala suerte. Ni modo, lo intentaré la próxima semana.
Me tocó casi correr de vuelta hacia arriba. Ya se me había olvidado el trajín de la caminata de regreso. Acabé agitada y sudando por culpa de la carrera, la pendiente (no tan grande pero sí constante), los añitos (pocos) de diferencia entre aquella época y ésta, y el agravante de los tacones número tres.
De vuelta a San José, al pasar por Ochomogo ya de noche, me gustó ver la neblina (un poco rala, pero presente). Me hizo sentirme aún más en aquel Cartago de mis últimos años de colegio. Sin embargo me sorprendió llegar a Curridabat y ver todavía la niebla a mi alrededor. Metí el auto al garaje y ahí estaba todavía.
Quiero pensar que mi viejo y querido “Cartucho” me acompañó hasta la casa después de una visita muchas veces pospuesta.

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